claudicaciones y chanchullos. «Lupanares del pensamiento», «un infierno deiniquidades, de mentiras, de traiciones», pero también un camino rápido ybrillante para triunfar, la tentación suprema; y «el viento del desorden y elaire de la voluptuosidad» lo arrastran todo, y como no podía ser menostambién al débil Lucien.La pintura, aunque atroz, es mucho más interesante que la que nos hahecho de Arthez y sus amigos. Conocemos las Galerías de Madera delPalais-Royal, pintoresco bazar que se describe en páginas herederas de latradición costumbrista; la tienda del librero-editor Dauriat, donde se hace yse deshace la literatura, y se fabrica la gloria; la vida entre bastidores, lostejemanejes de empresarios, autores, críticos, actrices dobladas decortesanas, más un hormigueo de revendedores, prestamistas, jefes declaque, etc., con multitud de anécdotas, a menudo terribles.Sin embargo, las figuras más impresionantes corresponden a periodistas yescritores, que viven una alocada bohemia, a un tiempo opulenta ymiserable. Su signo es la inestabilidad, la existencia provisional en la quetodo es muy efímero y tiene que rehacerse día a día; el periódico, que sóloexiste durante unas horas, y el trabajo de la actriz, rehecho una y otra vez acada función, son las máximas expresiones de un vivir cambiante yengañoso. El teatro se hermana así con la prensa, la política y la literatura,como aspectos diferentes de la misma ficción interesada.Balzac juzga muy severamente esta sociedad de la Restauración, pensandoen la de la Monarquía de Julio, en la que él está escribiendo, desde la ópticade un legitimista converso. Pero qué duda cabe de que todo ese muestrariode venalidades y sordideces, sin dejar de horrorizarle también le fascina, yde ahí la intensidad de esas páginas y su fuerza de sugestión. Ese granespectáculo de compraventa, teatro de todas las vanidades y todos losintereses, es tan odioso como consustancial a su modo de ser.Tras numerosas peripecias, Lucien y Lousteau, el que había sido suintroductor en las esferas de la corrupción, vuelven a encontrarse en elfonducho de la plaza de la Sorbona, en la más absoluta miseria. El círculoacaba de cerrarse, es la tercera caída de Lucien, y no será la última. Comoen el teatro, al término de la representación que ofrece un simulacro defelicidad y de alegría, al apagar las luces sólo quedan «el frío, el horror, laoscuridad, el vacío». El melodramático final parece estar pidiendo música deópera, y al enterrar a Coralie, Lucien, como el Rastignac de
Papá Goriot
,también reflexiona desde las alturas del cementerio del Père Lachaise. Peroél no es un «gran hombre» que sabe imponerse a la adversidad, sino unvencido.
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